Plagiar como performance / Plagiarizing as Performance

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performance
corrupción
robo de ideas

He conocido a los plagiadores más cínicos, lo confieso. Todos ellos tienen un aspecto en común, y es su personalidad. Todos se piensan particularmente destacados en su área y están convencidos que el resto de los humanos (o de los académicos) estamos para servirles. Recuerdo como si fuera hace unas horas las palabras de un autonombrado sociólogo: Jesús "Chucho" Galindo.

Con descaro –a varios historiadores de la Universidad de Colima– nos instó a trabajar para él y sus colegas: "ustedes investiguen y tráigannos los resultados. Nosotros sabremos qué hacer con ellos". ¿Quién era Galindo más allá del imbécil que se contaba como superior ante nosotros? Un estúpido que creía en la división de hacendados intelectuales y labradores intelectuales, como repetía mi profesor, Sigmund Diamond.

Los "pensantes", como él, no tenían tiempo para perderlo en trabajos manuales: ¡qué pereza ir a los archivos; leer los periódicos, entrevistar a la gente! Que eso lo hicieran otros, que le procesaran la información y se la trajeran digerida. De físico delgado, huaraches y bolsa jipis sempiternos, de cabello largo y barba desarreglados, Galindo era un performer. Tenía su séquito: una noche, en casa de una vecina, lo escuché hablar estupideces durante horas, ante un grupo de jóvenes estudiantes que lo seguían con sordera.

¿Sus méritos? Creerse y actuar como un sabio incomprendido. Era capaz de sentarse frente a un público de cientos de personas y hablar de lo primero (o lo último) que le venía a la mente. Era insoportable. En un viaje conocí a un profesor de la Universidad Iberoamericana que me contó cómo Galindo había sustentado una tesis de varios cientos de páginas... ¡sin una sola cita bibliográfica! Ni una sola. Aunque era evidente que mucho de lo que había en la tesis pertenecía originalmente a otros autores, él se lo había apropiado.

Era como si se tratara de un cantante que repitiera la tonada de otro más, pero como si lo que contara fuera su interpretación. Sí, cantaba la canción de fulanito pero... ¡qué interpretación! Galindo, repito, se creía un performer. Bajo su pluma se arrastraban las ideas más brillantes (de otros, por supuesto) pero aplastadas por su personalidad abrumadora. Poco importaban que él hubiera reproducido las ideas de otros al pie de la letra. Ahora, esclavas de su mente, le pertenecían. Y las ideas esclavas debían servirle para el resto de sus días.

"A veces lees oraciones que dices: 'ah caray, esto lo dijo zutano de tal y yo lo presenté como mío'. Pero, ¿qué quieres? Son palabras que te gustaron y ahora son tuyas". Estas palabras u otras muy parecidas las pronunció Galindo frente a un conocido mío. Para no olvidar la anécdota de la tesis, el profesor me contó cómo Galindo debió agregar una bibliografía, para que se le aceptara como tesis. Tiempo después un académico español me aseguró que los artículos de Galindo tenían párrafos enteros de otros autores. "Denúncialo", le sugerí de inmediato. Pero regresó a España y se olvidó del asunto.

Otro performer que conocí fue Luis Ongay. La gente lo trataba como a un dios. Un dios joven, aclaro: con todos los atributos del sabio, del incomprendido, del performer. Cantaba desafinado, hablaba con desenfado, plagiaba menoscabando a los dueños originales de las ideas y las palabras. No que las ideas las dijeran unos y las interpretara él a su manera, como dio a entender su hermano. No: cogía las palabras al vuelo, las copiaba sin escrúpulo (páginas enteras) y al final las firmaba con su nombre. Su gracia consistía en copiar páginas de otros y, verbatim, colocarlas en un solo lugar, bajo una nueva luz. Quizá tenía esto algo de valor, pero... siglos de vida académica heredada nos enseñan que aunque pongamos algo bajo luz distinta, debemos colocar asimismo los nombres de sus veros autores.

Pero para estos performers el verdadero valor lo tienen las ideas, que son de todos y de nadie, antes de caer bajo su tutela. Porque entonces sí: son suyas hasta que alguien pruebe lo contrario. Y si logran adelantársele al autor, al traductor, el trabajo de estos será doble. Psicópatas de la bajura de Angélica Peregrina publican ítems (artículos, traducciones) de otros y los toman como suyos. Peregrina me lo ha hecho a mí; seguro que a otros muchos. Pero mientras yo viva, no olvidaré su afrenta y, cada vez que pueda, repetiré el nombre de la vivales de Angélica Peregrina, gran expropiadora del trabajo de otros.

CONTINUARÉ.

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